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La huella de lo cotidiano (Barrio de Ruzafa. Valencia)

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      Me importa mucho que parezcan triviales e insignificantes: es precisamente lo que las hace tan esenciales o más que muchas otras a través de las cuales tratamos en vano de captar nuestra verdad. (Perec, 1989, p. 24-25)

 

 

Extrapolamos estas palabras del novelista Georges Perec que aplica en su literatura para llevarlas a nuestro terrero plástico. Pequeñas pinceladas infraordinarias en sus relatos, son precisamente aquellos cúmulos que aparentemente insignificantes nos ofrecen datos que nos hacen cuestionarnos lo habitual, lo cotidiano, vicisitudes que pasan desapercibidas, pero que por su minúsculo tamaño no dejan de ser pertinentes.

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   Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo? (Perec, 1989, p. 22-23)

 

 

Como si de un canal de entrada y de salida se tratara, el mínimo deterioro, las imperfecciones[1] y los escasos desconchones en las fachadas de este pulquérrimo barrio en boga que hemos seleccionado, nos dejan entrever el pasado a través de sus capas de pintura y los materiales utilizados. Se trata sin duda, de una visión del pasado al futuro o, según se mire, del futuro al pasado[2]. Estas aberturas nos dejan descubrir una estratificación a modo de palimpsesto, reflejo de las modas y del estilo que mantuvo. La riqueza de colores superpuestos crea composiciones que podrían estar presentes en cualquiera de nuestras obras.

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Según Horacio Perez Hita, “parece que es un factor consustancial de la persona que mira algo, el hecho de delimitar aquello en lo que se centra la mirada”[3]. Es por ello, que hemos utilizado el marco en este proyecto, como elemento que acota estas huellas del tiempo como cuestionamiento a nuestra obra o creación pictórica.

 

Nos llevaría toda una vida debatir si todo lo que hay en un museo es arte o no y aquello que no lo está deja de serlo. Por ello, nos centraremos en el summun de la cuestión y ensalzaremos la imperfección, como proceso natural, tal y como explica la doctrina del Wabi-Sabi[4]. Pero, ¿hasta qué punto podemos apreciar artísticamente un efecto natural y por gracia del paso del tiempo, sin la existencia de la figura del artista? ¿existe el arte creado sin artista?

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Como vemos en las fotografías tomadas en el barrio, extraemos composiciones que enmarcamos y aislamos de su contexto natural. Al añadir un marco, símbolo de grandilocuencia, es cuando podrían pasar a formar parte de la colección de cualquier museo de arte abstracto. Sin embargo, la obra carente de autor o firma, parece perder por completo su valor. ¿Nos encontramos en un momento de la historia donde el nombre da valor a la obra artística o, por el contrario, es en la obra donde únicamente se centra la admiración? La mitomanía ha hecho del arte un mercado que olvida técnicas y metodologías y apuesta por la firma, olvidando elementos esenciales como la composición, el color o el concepto entre otros.

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Color, composición o la dirección de la pincelada y la obsesiva búsqueda de veladuras son los únicos objetivos a los que atendemos a la hora de pintar. Casi todos estos aditamentos los podemos llegar a encontrar en cualquiera de estos fragmentos seleccionados y delimitados con la ayuda del marco. Una vez más, la reflexión que nos circunda a muchos artistas es la misma: ¿tiene algún sentido hacer algo que podemos ya encontrar de forma natural observando las pequeñas cosas de nuestro alrededor o arte realmente es el proceso y no el producto final?[5]

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[1] Valoramos el paso del tiempo y sus huellas como técnica artística. La técnica japonesa kintsukuroi, consiste en reparar objetos rotos rellenando las grietas con oro o plata en lugar de ocultarlas. De este modo acentúan y enaltecen lo que en occidente sería defecto o imperfecto como símbolo de la resiliencia o de la recuperación, de fuerza.

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[2] De igual modo que la espiral Jetty de Robert Smithson, siguiendo los postulados de Kubler, con la cual pretendía desvincular la obra de arte de su tiempo cronológico para que se expandiera en un tiempo relativo, de modo que el arte pudiera comportarse como una materia que viajara por el espacio. Ello presupone un cambio importante en el concepto de obra de arte, que Smithson entendía, más que como objeto, como fenómeno que no puede definirse en términos causales ni objetuales sino más bien abstractos (espacio-temporales) y lingüísticos.

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[3] Guzmán, J. (2016). “Memorias de anticuario. Meditando sobre el marco”. Disponible en: https://valenciaplaza.com/meditando-sobre-el-marco [consulta: 28 de noviembre de 2018]

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[4] El Wabi-Sabi es descrito como una visión estética y una forma de comprensión del mundo inspirada en el budismo y basada en la belleza de la imperfección, en la fugacidad y la no permanencia de la existencia que podría sintetizarse como “nada en la vida dura para siempre, nada es completo y nada es perfecto”.

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[5] Como sabemos, el modo de concebir el arte cambió con Duchamp, el cual revolucionó el mundo de las artes visuales del siglo XX con la inclusión de materiales alternativos y ajenos a la plástica tradicional y haciendo que la idea tras la obra resulte más importante que la obra misma.

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